Un poco de Alberto.
Alberto Vega nació en la localidad asturiana de Langreo en el otoño de 1956 y falleció en la misma villa industrial y minera el 15 de mayo de 2006 a causa de una larga enfermedad degenerativa. Fue poeta, editor, columnista de prensa y agitador cultural.
Alberto Vega vivió sus 49 años en la activa y minera villa de La Felguera, en el municipio de Langreo, donde escribió sus mejores versos, cantó para los amigos las canciones de Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina y Leonard Cohen, y dirigió el área de Cultura del Ayuntamiento.
Una vida trufada de reconversiones industriales, militancia de izquierdas, desaforadas lecturas de Octavio Paz, Jaime Gil de Biedma, Ángel González y Jorge Luis Borges, y recitales poéticos con el grupo de Luna de Abajo, al que perteneció desde su fundación en 1980, convertido más adelante en editorial de poesía en la que publicó también la mayor parte de sus libros.
El primero, Brisas ligeras, cargado de juvenil entusiasmo que hiciera al poeta intentar olvidarlo, pero que es un magnífico preludio de Memoria de la noche (1981), al que siguen Cuaderno de la ciudad (1984), Para matar el tiempo (1986), La luz usada(1988 ) e Historia de un nudo (1992), ganador del premio internacional de poesía Ateneo Jovellanos en 1992.
O el último, Estudio melódico del grito (Visor, 2005), en el que Ángel González escribió: «Es la suya una poesía de la cotidianidad y el desencanto, escrita en un lenguaje que, acaso o también decepcionado de las grandes palabras épicas o líricas, se apoya en el decir común, apela a aquellas otras ‘palabras de familia gastadas tibiamente’ —a veces, en su caso, ‘airadamente’—, tan gratas a Jaime Gil de Biedma, más íntimas y propicias a la reflexión y a la confidencia».
También José Luis García Martín había destacado de este último libro: «Desde el principio, su poética estaba clara: realismo, cotidianidad, humor negro. Tan clara como sus maestros: Ángel González, Jaime Gil de Biedma, ciertos poetas sociales, los músicos del rock más canalla y urbano… Todo ello estaba trascendido por una poderosa voz personal, una reconfortante aspereza, una sequedad alérgica a fáciles lirismos».
Alberto Vega escribió el 7 de mayo el último artículo en La Nueva España, textos en los que diseccionaba la sociedad globalizada con un gran sentido del humor y una cercanía periodística encomiable.
Fue uno de los poetas más interesantes de su generación, un poeta culto y fino que había contado antes que muchos la experiencia irónica de cada día, el arduo trabajo de «fatigar aceras» y el desencanto de ese tiempo pasado que se nos suele antojar mejor.
Nos queda intacta su mirada y su manera de estar en el mundo, su sonrisa y sus versos cargados de amor a la vida.
Alberto Vega vivió sus 49 años en la activa y minera villa de La Felguera, en el municipio de Langreo, donde escribió sus mejores versos, cantó para los amigos las canciones de Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina y Leonard Cohen, y dirigió el área de Cultura del Ayuntamiento.
Una vida trufada de reconversiones industriales, militancia de izquierdas, desaforadas lecturas de Octavio Paz, Jaime Gil de Biedma, Ángel González y Jorge Luis Borges, y recitales poéticos con el grupo de Luna de Abajo, al que perteneció desde su fundación en 1980, convertido más adelante en editorial de poesía en la que publicó también la mayor parte de sus libros.
El primero, Brisas ligeras, cargado de juvenil entusiasmo que hiciera al poeta intentar olvidarlo, pero que es un magnífico preludio de Memoria de la noche (1981), al que siguen Cuaderno de la ciudad (1984), Para matar el tiempo (1986), La luz usada(1988 ) e Historia de un nudo (1992), ganador del premio internacional de poesía Ateneo Jovellanos en 1992.
O el último, Estudio melódico del grito (Visor, 2005), en el que Ángel González escribió: «Es la suya una poesía de la cotidianidad y el desencanto, escrita en un lenguaje que, acaso o también decepcionado de las grandes palabras épicas o líricas, se apoya en el decir común, apela a aquellas otras ‘palabras de familia gastadas tibiamente’ —a veces, en su caso, ‘airadamente’—, tan gratas a Jaime Gil de Biedma, más íntimas y propicias a la reflexión y a la confidencia».
También José Luis García Martín había destacado de este último libro: «Desde el principio, su poética estaba clara: realismo, cotidianidad, humor negro. Tan clara como sus maestros: Ángel González, Jaime Gil de Biedma, ciertos poetas sociales, los músicos del rock más canalla y urbano… Todo ello estaba trascendido por una poderosa voz personal, una reconfortante aspereza, una sequedad alérgica a fáciles lirismos».
Alberto Vega escribió el 7 de mayo el último artículo en La Nueva España, textos en los que diseccionaba la sociedad globalizada con un gran sentido del humor y una cercanía periodística encomiable.
Fue uno de los poetas más interesantes de su generación, un poeta culto y fino que había contado antes que muchos la experiencia irónica de cada día, el arduo trabajo de «fatigar aceras» y el desencanto de ese tiempo pasado que se nos suele antojar mejor.
Nos queda intacta su mirada y su manera de estar en el mundo, su sonrisa y sus versos cargados de amor a la vida.